El amor incondicional como su propio nombre indica sería el más puro amor sin condiciones y sin beneficios para nadie, esto es, su significado es amar sin esperar nada a cambio, amar desinteresadamente y podemos encontrarlo no sólo en la pareja, sino también en relaciones familiares y de amistad.
Este tipo de amor llevado a la práctica puede llevar a la persona que lo experimenta a sufrir mucho, y es que al no existir una línea marcada, clara y definida que indique si ese vínculo emocional es funcional o no, la persona puede quedarse en una especie de “limbo” sintiendo un malestar que no sabe muy bien cómo gestionar, lejos de ser ese modelo de amor perfecto que muchas personas creen que es.
Y aunque el amor incondicional suena y luce precioso en infinidad de novelas y películas de cine de corte romántico y dramático, para nosotros la realidad es y tiene que ser otra, una relación de pareja, no puede ser satisfactoria si aparece este tipo de amor.
En una relación de pareja SIEMPRE debe existir un intercambio, es importante dar y recibir amor.
En el momento en el que una de las dos partes no recibe amor, la cosa se complica, se tuerce y no es amor incondicional, es un falso amor, una obsesión, un apego por alguien, una costumbre, una rutina…
El amor se forma y se trabaja entre dos personas, se trata de dar y recibir. Si en tu relación no tienes esto, estás perdiendo el tiempo. Y es que nadie en una relación de pareja puede ser feliz sólo “dando y entregando” amor.
Cuando aceptas esta situación, te das cuenta de que uno realmente tiene que trabajar por ganarse el amor de otra persona, uno no puede ser complaciente todo el tiempo y debes entender que eres amado por lo que haces también y no solo por lo que eres.
Se escucha que el amor incondicional más generoso y puro es el que se puede dar de padres a hijos; y yo que soy mami, ni siquiera creo que exista este amor entre padres e hijos porque al final necesitamos como padres vivir una convivencia en armonía y recibir afecto y cariño de nuestros hijos. A veces llega un punto en el que los padres no están dispuestos, ni deben tolerar de manera habitual ciertas actitudes y comportamientos dañinos y/o vejatorios hacia ellos por mucho que quieran y mucho amor que sientan por sus hijos.